viernes, 29 de noviembre de 2013

La Séptima Villa. Una colaboración del Dr. Ricardo Álvarez Portal

En el año 2019, es muy seguro que se celebrará con fuegos artificiales la fecha en que los conquistadores españoles fundaron la Villa de San Cristóbal de La Habana, pero vale especificar, para ser históricamente exactos, que sería la del norte; o sea, la novena villa, que fuera fundada, según se cree, el 16 de noviembre de 1519, por Diego Velázquez de Cuellar, y se instituyó como capital de la Isla de Cuba en el año 1589. El día 20 de diciembre de 1592, Felipe II le confiere a La Habana el título de ciudad. 

Pero…Emilio Roig de Leushering, escribió: “La fundación de La Habana está sumida en una profunda oscuridad. Solo puede decirse con seguridad que La Habana fue fundada por los colonizadores españoles por orden e instrucciones de Diego Velázquez. Así de vaga es la cosa”.

O sea, que no sé si es así exactamente, pero nunca alguien ha podido demostrar, ni se ha constatado en ningún remoto archivo, que fuese el 16 de noviembre de 1519 la fecha real de la fundación de San Cristóbal de La Habana, en el norte. Se pudieran llenar muchas gavetas con los papeles de las investigaciones que han tratado de comprobar este hecho histórico, pero no existen archivos del Cabildo Habanero anteriores a 1550 y los resultados han sido infructuosos.
Entonces ¿Por qué celebramos esta fecha? Se pudiera decir que es una tradición que surge a partir del momento en que se levantó un monumento, por ocurrencia del gobernador Cajigal de la Vega, en el año 1754, en el lugar que después se levantaría el Templete. En esta especie de obelisco se pueden leer las palabras solemnes que señalan que en 1519, bajo una corpulenta ceiba se celebró la primera misa y la reunión del primer Cabildo habanero al momento del asentarse la ciudad en el lugar que hoy ocupa, a la vera del Puerto de Carenas. Este momento se recrea en un cuadro, en el cual aparecen algunos de los presuntos fundadores con poses grandilocuentes, una india con un indiecito, una ceiba y a lo lejos unas elevaciones que por sus características no parecen pertenecer al paisaje de La Habana.

Lo cierto es que La Habana no siempre estuvo en el lugar que hoy ocupa, como son también varios los estudios que hablan de fechas anteriores como las fundacionales de la ciudad.
Volvamos unos años más atrás cuando, según los historiadores, en 1508 tuvo lugar el bojeo de Cuba por Sebastián de Ocampo, en cumplimiento de las órdenes dadas por Nicolás Ovando, gobernador de la isla a la que nombraron La Española. El resultado de esta exploración reafirmó que Cuba era una Isla, y estaba habitada por indios en número bastante considerable, que algunos cifran en más de 100 mil almas.

Tres años después, Diego Colón, hijo del Almirante Cristóbal Colón, que gobernaba La Española en esos momentos, ordenó a Diego Velázquez de Cuellar la conquista de Cuba. Este hombre, acompañado por otros oficiales, soldados y fray Bartolomé de Las Casas, desembarcó en la parte oriental de la isla, con 300 hombres, caballos y armas para dar cumplimiento a lo dispuesto, sin mediar respeto alguno por los habitantes originarios. La historia es conocida. La cultura de la fuerza fue la que se enfrentó a la cultura aborigen; el cacareado encuentro de dos mundos fue realmente fatal para los que recibieron a las huestes españolas, y lo único traído por los conquistadores de la desarrollada Europa fueron las enfermedades, el sabor de la muerte violenta y un nuevo tipo de relaciones de producción y sociales: el esclavismo, basado en la explotación inhumana de unos hombres por otros. Siendo irónicos, pudiéramos decir que los españoles de baja calaña que desembarcaron en Cuba, al menos abonaron los suelos cubanos con los restos humanos de miles de indígenas indefensos.

Sin lugar a dudas, ni los heridos que quedaban de los enfrentamientos armados entre ambos bandos, ni enfermo alguno tuvieron atención médica adecuada, pues en las carabelas no viajaba nadie envestido con esta licencia. Y esta situación duró bastante tiempo, pues se narra que en la expedición de Cortés para la conquista de México, en 1519, iban soldados ignorantes que hacían de cirujanos y que sólo podían santiguar y cubrir con algún mejunje las  heridas y descalabraduras. Incluso, se habla de barberos y boticarios nigrománticos y falsos astrólogos que curaban las heridas con trapos sucios y diversas grasas, entre otras prácticas. Es así que, como consecuencia de las expediciones españolas, se introdujo la viruela en Cuba y otras enfermedades.

En 1527 la población española de la Isla era muy poca y estaba repartida de esta manera: en Trinidad 12 vecinos, en Sancti Spíritus 26, en Puerto Príncipe 20, en Baracoa 12, en Santiago de Cuba 20, y en La Habana y en el resto del país, unos cien españoles más. La población india había mermado de un modo notable por el maltrato a que fue sometida, por la sobreexplotación a la que los sometían los españoles y a los suicidios de los indios por dejar aquella infravida a la que los habían sometido, y por las nuevas enfermedades que les afectaron. 

Según datos históricos, de los miles de aborígenes que habitaban Cuba –algunos cifran la población entre 200 000 y 300 000-, el censo de 1537 (cinco años después del arribo de Diego Velázquez), la población de Cuba era sólo de 5 000 indios encomendados, 300 españoles y 500 esclavos africanos. A estos últimos hubo que transportarlos como animales a Cuba en calidad de esclavos, debido a la rápida desaparición de los indios originarios cubanos que sucumbieron  bajo la obligatoriedad y rudeza de los trabajos a los que se vieron sometidos, entre ellos el lavado de arena en los ríos en busca de oro, los cultivos de mantenimiento de la alimentación, que era injustamente repartida, y otros. La baja cantidad de españoles en esos años se debía, entre otras razones, por las expediciones a México, que alejaron a muchos de la isla. A esto se sumaron los ataques de corsarios, enfermedades, y restricciones de la Corona que desilusionaban a los colonos. 

Pero La Habana no fue la primera capital de Cuba. Se consideraba como tal a las villas donde el gobernador de la isla se instalaba para gobernar temporalmente, que en aquella época era el Adelantado Diego Velázquez de Cuellar. Por esa razón, le corresponde a Baracoa (1512) haber sido la primera capital de Cuba. Poco después se trasladó la gobernación a la segunda capital de la isla, que fue Santiago de Cuba (1514), y en 1539 se trasladó el gobernador a Bayamo, pero fue por poco tiempo.

Es sabido que entre 1512 y 1514 se fundaron las villas de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador del Bayamo, Santiago de Cuba, Trinidad, Sancti Spíritus y Santa María del Puerto del Príncipe, y correspondió a San Cristóbal de la Habana –vale decir, la del sur- ser la séptima de las villas erigidas en Cuba (1515) por el Teniente Gobernador de la Isla, el ya mencionado Diego Velázquez de Cuéllar. 

Sobre la octava villa, y menos sobre la séptima, se habla bastante limitadamente, quizá debido a su existencia efímera.

La séptima villa -este trascendental hecho histórico para los habaneros de ayer y actuales mayabequenses- tuvo lugar el 25 de julio de 1515. Según algunos historiadores, se le dio el nombre original de San Cristóbal de La Habana, teniendo en cuenta la fecha de su fundación, -vinculada con la hagiografía cristiana- y el nombre españolizado del cacique Habaguanex o del término sabana.

Lo de San Cristóbal se lo debemos como herencia a un hombre nacido en la antigua tierra de Caanán, Asia Occidental, entre el Mediterráneo y el río Jordán, donde había sobresalido entre sus compatriotas gracias a su gigantesca estatura, la cual, según asegura la leyenda, fue de más de dos metros. Mientras se encontraba al servicio del rey de su país, un día se dijo a sí mismo que, en realidad, él debería servir no a su rey, hombre ambicioso y mortal, sino al señor más poderoso de la Tierra, que por supuesto era Dios Todopoderoso.
Se ha escrito que a este hombre lo santificaron como San Cristóbal (fallecido c. 250), por ser un mártir cristiano. Según cuenta la leyenda oriental, era un soldado pagano llamado Reprobus que se convirtió al cristianismo y murió tras sufrir una cruel tortura por no renegar de su fe. La leyenda medieval occidental le representa como un santo que, tras su conversión al cristianismo, dedicó su vida al ejercicio de la caridad transportando viajeros sobre sus hombros a través de los ríos. Un día un niño le pidió que le cruzara pero, a medida que avanzaban por el río, el niño se iba haciendo más pesado. Cuando Cristóbal se quejó, una voz le dijo que llevaba el peso del mundo en la persona de Cristo sobre su espalda (se sabe que Cristóbal proviene etimológicamente del griego Christophoros, El portador de Cristo”.

En arte se le representa habitualmente llevando al Niño Jesús a sus espaldas. Es patrono de los viajeros. Su festividad se celebra el 25 de julio.

Por este motivo, en las cartas del insigne cartógrafo de origen belga, Gerardo Mercator, denominados ZEILAND INSULA, del siglo XVII, donde aparece Cuba cartografiada, la villa está indicada con el topónimo S. Christophori.

San Cristobal



 Carta de Gerardo Mercator (1628)

 Carta de Gerardo Mercator (1628)
Por lo tanto, Diego Velázquez, izó el estandarte de Castilla en un lugar de la costa sur del cacicazgo de Habaguanex, cerca de las márgenes del río Mayabeque u Onicajinal y con las facultades que se le habían conferido, el Teniente Gobernador erigió la nueva villa, y dio nombre en atención sin duda a la fecha del suceso y a la denominación del sitio en el lenguaje de los aborígenes cubanos, con el nombre de San Cristóbal de la Habana.

Este acontecimiento, quizá evaluado como corriente y sin trascendencia por algunos, fue un hecho histórico importante, dado que era la primera villa en el occidente del país que los españoles iban conquistando poco a poco. Tampoco fue tan efímera, ya que del lugar se conocen documentos en los que se menciona, y su ubicación geográfica aparece trazada en mapas de años posteriores a 1519, incluso del siglo XVII.

¿Qué tiempo gobernó o se mantuvo Velázquez en esta séptima villa? No se sabe exactamente, y tampoco si se fundó ésta oficialmente, como las restantes. Recuerden que Hernán Cortés llegó a ser nombrado alcalde de Santiago de Cuba, aunque fue después encarcelado por el gobernador Diego Velázquez, acusado de conspirar en su contra. Pero sucedió algo singular, al ser liberado, se casó en Santiago de Cuba, en el año 1514, con la cuñada del propio Diego Velázquez, cuyo nombre fue Catalina Suárez Marcaida (quizá de ahí viene el nombre de Catalina de Güines), por lo que es de suponer que Santiago de Cuba era indudablemente la capital de Cuba en aquellos años de 1514 y 1515 y centro de las actividades sociales y de gobernación de la Isla. 

Pero la fundación de esta séptima villa no fue fruto del azar o la aventura, sino consecuencia inmediata de planes meditados y dirigidos a la consecución de fines trascendentales de avanzar hacia nuevos territorios aun no descubiertos.

Pero abandonemos la idea de seguir hurgando en la Historia que se conoce bien. Lo que deseamos resaltar en estas líneas es que aunque las fechas de las fundaciones de las restantes seis villas se han venido celebrando durante muchos años, la de la fundación de San Cristóbal de La Habana en el sur, que aportó su nombre a la del norte, no es celebrada como se ha debido, a consecuencia de que la ubicación geográfica de la misma es un misterio y se ha estado discutiendo estérilmente durante mucho tiempo en dónde estuvo ubicada, y se ha mantenido como un enigma, aunque desde los años noventa del pasado siglo se dieron pruebas de su localización, lo cual puede consultarse en el artículo “San Cristóbal de La Habana en el sur, análisis histórico-geográfico de su localización”, del licenciado Abilio González González (http://mayabeque.blogia.com).

Es sabido que a consecuencia de las malas condiciones ambientales existentes en el sur, los españoles se trasladaron a un sitio en la desembocadura del río conocido en aquella época como Casiguaguas, más tarde como río Chorrera y hoy río Almendares. 

No se sabe a ciencia cierta la fecha, pero alrededor del año 1519 se realizó el traslado desde Casaguas al lugar donde hoy se halla la ciudad de La Habana; conociéndose en aquel entonces como Villa de San Cristóbal de La Habana. Es así que la ciudad devenida capital colonial en el año 1589, encontró asiento definitivo al norte de la región occidental de la Isla, al lado de una bahía de bolsa, más bien hacia el oeste de la misma, conveniente para puerto y asentamientos humanos. 

Durante más de cuatrocientos años los habaneros han celebrado la tradición de que fue el 16 de noviembre de 1519 el día en que, bajo una corpulenta ceiba y junto al Puerto de Carenas, se celebraron un cabildo y una misa para solemnizar el establecimiento allí de la villa de San Cristóbal de la Habana, topónimo asociado sin lugar a dudas al cacique de toda aquella comarca, Habaguanex, que gobernaba las comunidades aborígenes que habitaban en esta región, y después de haber estado sucesivamente en las inmediaciones del Mayabeque u Onicajinal y en las márgenes del Casiguaguas, Chorrera o Almendares.

En una de sus cartas de relación al Rey, Diego Velázquez hace una reseña que resulta interesante:

 “La  ciudad de este nombre (Debe ser San Cristóbal del sur) era un gran batey, rodeado de bujíos, con sus respectivos caneyes, o casas regias para sus Gemires o Dioses Penates y para sus Caciques o su Rey. Estaba cerca de la costa sur, en un llano fértil y ancho, sobre el río Güinicaxina (Nota: Hoy Mayabeque).” 

¿Qué tipo de asentamiento puede ser denominado por Velázquez como “ciudad”?. Por lo visto, parece ser que sí era un gran batey. Lo más probable, que también estuviera rodeado de aldeas y de campos cultivados. O sea, la villa no se debe tratar de localizar como un punto, sino como una zona bastante amplia.

Se menciona en esta breve reseña que la Villa estaba cerca de la costa sur, o sea, dicha zona estaba algo alejada de dicha costa. Quiere decir, que no estaba en la misma costa. Si Diego señala que la Villa estaba situada en un llano fértil y ancho, no puede pensarse que la misma estaba en las zonas bajas de la costa.

Por último, si se plantea que la Villa estaba ubicada sobre el río Güinicaxina, significa que estaba al oeste de sus márgenes y hasta quizá al norte de un trayecto del río en el que su cauce era noreste-suroeste, o quizá este-oeste. Esto es algo lógico, ya que los aborígenes cubanos no eran tontos y no hubieran situado el batey en la parte de mayor probabilidad de inundación cuando ocurrieran grandes avenidas; o sea, en la ribera este o sur del río. Además, no se ha hallado ningún mapa antiguo de los siglos XVI-XVII que señale un camino que se dirija hacia la zona donde presumiblemente estuviera la Villa y que cruce el río, que después fue llamado Mayabeque. 

Por otra parte, José Martín Félix de Arrate  y Acosta se dedicó a estructurar de forma sistemática un compendio sobre el tema que nos ocupa, en su obra que lleva el título de “Llave del Nuevo Mundo”. En la página 25 de este valioso documento histórico Arrate expresa que “... su primero establecimiento estaba, como se dice y yo supongo, en un río en la costa del sur, es muy posible fuese el que ahora llaman la Bija, que desemboca en ella en paraje más oriental que el Batabanó, y en donde estoy informado se divisan algunas señales que hubo antiguamente embarcadero

Si hubo un embarcadero, ¿quiere decir que las naves españolas partían desde él hacia el sur, en dirección a la desembocadura del río?.

Basándose en las distancias señaladas por Arrate y en otros documentos, se logró ubicar cartográficamente la locación más probable de la primitiva villa, y de eso hace ya más de doce años. Pero estas y otras citas están en el artículo mencionado.

Seguidamente, se mostraran algunas reflexiones cartográficas. 

Este esquema muestra las intersecciones logradas a partir de las distancias dadas en distintos documentos históricos. Se puede apreciar que los arcos de intersección marcan una zona de interés en cuanto a la locación de la Villa.

En esta otra ilustración se muestra la zona señalada arriba y trazada en un mapa topográfico actual. Se puede discernir que la zona está aproximadamente en las coordenadas 82°,1 de longitud oeste y 22°
,4 de latitud norte. Este dato es importante para comprarlo después con otro que se dará más abajo.




En la siguiente figura se muestran los caminos –tomados del mapa de Pichardo-  desde La Habana, Jaruco, Güines. Batabanó hasta la zona localizada como ubicación más probable de la Villa. Las distancias medidas en el mapa coinciden casi exactamente con las dadas en los documentos históricos, y los caminos llevan a la zona localizada como la de mayor probabilidad de ubicación de la Villa.



En esta otra figura se muestra el resultado del análisis de un mapa de 1896, en el que se pueden apreciar algunas informaciones interesantes que se acotan en el marco del texto situado a su izquierda.


Entre las cuestiones intrigantes está el famoso Cayo La Ceiba y el antiguo embarcadero del ingenio Teresa. Se habrá podido notar que el centro del hato de Mayabeque está en la zona de ubicación de la Villa.
En esta imagen satelital que sigue se ha interpretado donde estaba el cayo La Ceiba y se dan las coordenadas de su centro en el sistema WGS-84..

Una cuestión sumamente interesante se descubre en las dos imágenes que siguen. Lea el texto en el recuadro de la primera.







En este mapa de Paolo Forlano puede verse una enigmática saeta que indica probablemente la entrada por la desembocadura del río Mayabeque.

Ahora observen esta copia del original (fragmento) del mapa de Gerardo Mercator del año 1630. Se puede apreciar la red de coordenadas geográficas. Las latitudes se medían desde la línea del Ecuador (0°) hacia el norte (90° en los polos). Las longitudes estaban referidas al meridiano inicial (0°), y los grados se contaban hacia el este, llegando hasta 360°. La proyección cartográfica debe ser la cilíndrica de Mercator Normal Simple, aunque no se distingue en la información marginal del mapa o carta.

Si se traza la latitud del centro del símbolo que utilizaba Mercator para señalar los asentamientos humanos, se puede comprobar que S. Christophori está cartografiada a unos 22° LN. En cuanto a la longitud, se obtiene el valor de aproximadamente 298°; que sería en notación actual unos -82° LW. Es indudable que el trazado de la configuración de la Isla no es exacto, debido a los métodos hidrográfico-cartográficos utilizados en aquella época.


Estas coordenadas se obtenían con baja exactitud, aunque se siga reconociendo que a ciudades y puntos importantes se les daba coordenadas mediante métodos astrónomo-geodésicos. Pero lo cierto es que la Villa ni estuvo en Batabanó, ni en Quivicán, ni en Caimito, ni en Pinar del Río ni en otro lugar que no fuera la extensa sabana, de tierra muy fértil, situada en las márgenes (este u oeste) del río Mayabeque, que estaba cubierta de bosques tales que, al decir de Fray Bartolomé de Las Casas, “…se podía ir de un lugar a otro de la isla bajo la sombra de sus bosques…”.
Hace ya más de doce años que  llevo aconsejándoles a meleneros y güineros, todos mayabequenses y habaneros por legado histórico, que se deben ejecutar las investigaciones necesarias sobre San Cristóbal, porque los asuntos históricos son tan importantes como la alimentación agropecuaria que brinda la provincia. De la Historia se alimentan nuestras tradiciones y nos sentimos orgullosos de las nuestras, por lo que debemos conservarlas como algo sagrado.
Pero parece que a ninguna institución de las geociencias les interesa este tema, y los institutos de historia y otros de ciencias sociales como los de patrimonio histórico no tienen de donde obtener el financiamiento para llevar a cabo investigaciones de este tipo. Tampoco podemos esperar que llegue el 25 de julio del 2015 sin haber logrado la ubicación de la controvertida villa, porque ocurriría otra vez que no existiría un lugar para celebrar los 500 años de la fundación de la misma.
Quizá debamos tomar el ejemplo del insigne investigador cubano José Manuel Guarsh y de su magnífica familia que lo acompañó en las prolongadas investigaciones y excavaciones hasta dar con el primer cementerio aborigen de agricultores ceramistas encontrado en Cuba, el famoso sitio arqueológico de Chorro de Maíta, cerca del poblado de Yaguajay, municipio de Banes, provincia de Holguín, hasta que dieron con el lugar arqueológico.



La impaciencia provocada por los largos años de espera de una toma de decisión que no acaba de llegar, me ha impulsado en estos días al atrevimiento de presentar una Idea de Proyecto Científico-Técnico, vinculado con los estudios medioambientales y caracterización físico-geográfica de la cuenca del río Mayabeque, para ver si se logra que en este contexto –si es aprobado y financiado- se le dé continuación a las investigaciones histórico-geográficas que se iniciaron el siglo pasado para ubicar espacialmente la Villa.
Por tal motivo, para que se rompa el corojo, estoy convocando a título personal a que de alguna forma se levante un obelisco melenero-güinero en el lugar del desaparecido Cayo la Ceiba, con toda la solemnidad que debe acompañar este hecho histórico. A fin de cuentas, el paleocauce del río Mayabeque creó este cayo, y su cauce debería ser la frontera administrativa entre Güines y Melena del Sur.
Este sería un sencillo obelisco, que pudiera ser levantado mediante el apoyo de todos los pobladores de la provincia de Mayabeque, buscando fondos mediante contribuciones voluntarias. Pienso que debería  llevar una tarja conmemorativa, quizá con un mensaje parecido al siguiente:

Se erige este obelisco en homenaje a la fundación de San Cristóbal de La Habana del sur, la séptima villa fundada por Diego Velázquez de Cuellar, supuestamente el 25 de julio de 1515, y localizada en algún lugar, no ubicado aun con exactitud, cercano a las márgenes del oeste o del este del
Antiguo río que hoy se denomina Mayabeque.
Sirva este monumento a la memoria histórica de nuestra Patria.
Ciudadanos de la actual Provincia Mayabeque
25 de julio del año 2015

Hace falta levantar como ventisca sabanera el esfuerzo mancomunado de los mayabequenses y que los 500 años de San Cristóbal de La Habana en el sur no pasen inadvertidos.

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