jueves, 24 de octubre de 2013

¿Guaguotecas o la cultura del masoquismo?



Hace mucho tiempo  necesitaba escribir sobre este tema, pero la irritación que me causaba pensar en él, no me dejaba ver con claridad una buena parte de las tantas aristas que sin dudas tiene un asunto como el del transporte urbano en la capital de nuestro país.


Pero vamos al grano:

En la cadena ‟CASA-TRANSPORTE-CENTRO DE TRABAJO”  se puede elaborar una colosal lista de violaciones que por cotidianas, pareciera que tienden a legitimarse como la no-cultura del ciudadano. 


La vida de cualquier país comienza en buena medida con el transporte y si somos justos es necesario comenzar diciendo  que a pesar de los esfuerzos que nuestro gobierno hace por adquirir nuevos ómnibus, la primera señal de indisciplina se observa en las  transformaciones a las que los  someten una vez que comienzan a prestar servicios a la  población. 


Estamos hablando (por solo citar algunos ejemplos),  de la ‟iniciativa” de una buena parte de nuestros choferes de ‟adornar” con cuanto artefacto aparece, la parte frontal e interior de los ómnibus, que no se limita al uso innecesario de espejos de todo tipo y de todos los tamaños, la  colocación de altavoces que implican la perforación de sus interiores o la transformación del sistema de luces que con buena imaginación podría hacernos pensar que estamos en la mejor de las discotecas o clubes, con el valor agregado de una música contaminadora no solo por los decibeles sino por el lenguaje en ocasiones sexista y otras denigrante. 


 Los ómnibus pasean por la ciudad ‟engalanados” con calcomanías y guindalejos que en  un cuarto o sala de cualquier casa podrían parecer graciosos, pero que en ese ‟rincón de la chapucería”  muestra y expresa el irrespeto a los ciudadanos y a las propias autoridades administrativas con  carteles, mensajes agresivos y de mal gusto como ‟ monta que te quedas! ”, ‟ el loco soy yo”, ‟mesiento9cito” y un larguísimo etcétera.


Una simple mirada alrededor de estos vehículos de transporte al ‟estilo rastrero”,  nos continúa sorprendiendo cuando descubrimos que ya se condenan las ventanillas con tornillos para evitar que los pasajeros abran una de las hojas, lo mismo ocurre con frecuencia en las puertas delanteras en las que una suerte de pasadizo hecho de tuberías de los propios ómnibus, te conducen por un paso obligado como el de las mejores emboscadas. 


Otra ‟iniciativa”  que viola el diseño original  es la eliminación de asientos y cuyo  único motivo parece ser  el de cargar mayor cantidad de pasajeros,  y si esto pareciera poco, podemos contar (para los que viajan casi desde el principio hasta el final) con una ‟terapia respiratoria” proveniente del del humo de los cigarros o tabacos de algunos conductores.


¿Qué decir de la violación del horario y de cómo se saltan las paradas oficiales en algunos casos pasando por encima de la autoridad de los inspectores y de las competencias al estilo fórmula uno entre choferes para que ‟ los piratas ˮ no se apoderen de sus pasajeros,  o del ‟celoso cuidado de la alcancía” a la que solo llega probablemente, la tercera parte de la recaudación real de todo el itinerario, de los ‟ ayudantes de chofer por cuenta propia”, que se apropian del pasaje impunemente?


Pero los problemas no son solo de ‟ la casa  ˮ, nuestros ómnibus podrían convertirse en perfectos instrumentos de análisis de  la historia de la humanidad, en los que se recogen todo tipo de inscripciones de individuos indolentes que maltratan una propiedad que es de uso público. Más de un ómnibus  tiene el hedor de la orina de pasajeros que vandálicamente lo usan como baño;  se agrega el hecho de que ya se han puesto fuera de servicio los extintores de incendio -que originalmente se encontraban en posiciones cercanas a los propios pasajeros-, aumentando la probabilidad de riesgo en caso de un accidente fatal; se toman como asiento las caja de herramientas, y como verdaderos descendiente de los simios, se cuelgan de los pasamanos para ‟hacer ejercicios ˮ.


Mucha gente ve como un acto natural entregar en la mano del conductor la moneda de a peso, en lugar de colocarlo en la alcancía como corresponde, otros se auto-eximen del pago que en nuestro país es simbólico, aun cuando el salario no es todavía diferenciador del aporte ciudadano a la sociedad, y no faltan los que abordan el vehículo ingiriendo bebidas alcohólicas, formando escándalos, sin camisa o completamente mojados después de un día playero. Ya es común que las féminas de cualquier edad o los ancianos, viajen de pie y que cuando los asientos de impedidos físicos y mujeres embarazadas están completamente ocupados, no exista la iniciativa de brindarle otro,  aun cuando no tengan el color amarillo que los distingue. La falta de educación formal confunde la frase ‟Permiso, por favor ˮ  en  ¡PERMISO! y punto,  lo cual indica,  ¡Quítate del medio!,  puesto que si no lo haces, recibes el consabido empujón y el argumento,  ¡Yo dije permiso! 


Mucho hay que pensar sobre lo que somos y a donde queremos llegar. Seguramente todos estamos de acuerdo en que la tranquilidad ciudadana, es una aspiración de cualquier sociedad y que ésta se traduce en calidad de vida. La solución no puede pasar por  desentenderse las partes implicadas con  argumentos  que dejen el problema en terreno de nadie, tal como ocurre en este momento.


Generalmente cuando reclamamos cualquiera que sea la violación - en el ámbito de los servicios fundamentalmente- nos encontramos que la queja ‟es elevada al órgano superior de la empresa”, en la que generalmente ‟se toman las medidas con el infractor”,  quedando  todo en casa.

Nuestra sociedad necesita perfeccionarse para crear los mecanismos y/o instituciones que respondan de manera imparcial al reclamo de cualquier violación o insatisfacción, una entidad que no sea juez y parte, que pueda impugnar cualquier indisciplina o violación no solo en lo individual sino a nivel empresarial, sin otro compromiso que el de defender la legalidad y la constitucionalidad. En este sentido el Estado tiene en sus manos la potestad y la posibilidad de crear las condiciones necesarias. 


Si pretendemos construir una sociedad verdaderamente educada  en valores de convivencia y respeto entre los individuos,  es necesario, en primer lugar, pensar en el papel de las instituciones del estado que tienen dentro de sus  funciones la de reprimir las indisciplinas y hacer cumplir la leyes. Es obvio que se necesita más energía para hacer cumplir de manera estricta con la disciplina laboral y el cuidado de la técnica del transporte, y esto incluye la prohibición del uso de las radios y reproductoras de música, que en los ómnibus articulados se conciben para la comunicación entre el conductor y los pasajeros; cuando los ciudadanos se sientan respaldados, no en la teoría, sino en la práctica, podríamos entonces cuestionar por qué no se le hace frente a tal o mas cual indisciplina. 


Vallamos a los clásicos : ‟El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del 'orden'. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado”[1]


El abuso, el robo, la indolencia la corrupción y la indisciplina social entre otros, son males propios  de una sociedad que nada tiene que ver con lo aspiramos como individuos, que perfectamente pueden justificarse en el capitalismo neoliberal dado que éste aboga por la separación del estado como ente regulador. El estado es necesario no solo para resolver problemas económicos y de política exterior, es también el que hace cumplir  mediante sus instituciones la voluntad del pueblo al que representa.  


La solución no está como muchos piensan en la privatización del transporte, ni siquiera en la creación de cooperativas, sino en colocar la vergüenza en primer lugar, el estado con sus instituciones y el pueblo trabajador, en ese orden y al unísono, de lo contrario, estaremos condenados a vivir en franco retroceso hacia la conversión de nuestra ciudad en la peor de las aldeas.






[1] "El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado", págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana).


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