Hace
mucho tiempo necesitaba escribir sobre este tema, pero la irritación que me
causaba pensar en él, no me dejaba ver con claridad una buena parte de las
tantas aristas que sin dudas tiene un asunto como el del transporte urbano en la
capital de nuestro país.
Pero
vamos al grano:
En
la cadena ‟CASA-TRANSPORTE-CENTRO DE TRABAJO”
se puede elaborar una colosal lista de violaciones que por cotidianas, pareciera
que tienden a legitimarse como la no-cultura del ciudadano.
La
vida de cualquier país comienza en buena medida con el transporte y si somos justos
es necesario comenzar diciendo que a
pesar de los esfuerzos que nuestro gobierno hace por adquirir nuevos ómnibus, la
primera señal de indisciplina se observa en las transformaciones a las que los someten una vez que comienzan a prestar
servicios a la población.
Estamos
hablando (por solo citar algunos ejemplos), de la ‟iniciativa” de una buena parte de
nuestros choferes de ‟adornar” con cuanto artefacto aparece, la parte frontal e
interior de los ómnibus, que no se limita al uso innecesario de espejos de todo tipo y de todos los tamaños, la colocación de altavoces que implican la
perforación de sus interiores o la transformación del sistema de luces que con
buena imaginación podría hacernos pensar que estamos en la mejor de las
discotecas o clubes, con el valor agregado de una música contaminadora no solo
por los decibeles sino por el lenguaje en ocasiones sexista y otras denigrante.
Los ómnibus pasean por la ciudad ‟engalanados”
con calcomanías y guindalejos que en un
cuarto o sala de cualquier casa podrían parecer graciosos, pero que en ese
‟rincón de la chapucería” muestra y expresa
el irrespeto a los ciudadanos y a las propias autoridades administrativas con carteles, mensajes agresivos y de mal gusto
como ‟ monta que te quedas! ”, ‟ el loco soy yo”, ‟mesiento9cito” y un
larguísimo etcétera.
Una
simple mirada alrededor de estos vehículos de transporte al ‟estilo rastrero”, nos continúa sorprendiendo cuando descubrimos
que ya se condenan las ventanillas con tornillos para evitar que los pasajeros
abran una de las hojas, lo mismo ocurre con frecuencia en las puertas
delanteras en las que una suerte de pasadizo hecho de tuberías de los propios
ómnibus, te conducen por un paso obligado como el de las mejores emboscadas.
Otra
‟iniciativa” que viola el diseño
original es la eliminación de asientos y
cuyo único motivo parece ser el de cargar mayor cantidad de
pasajeros, y si esto pareciera poco,
podemos contar (para los que viajan casi desde el principio hasta el final) con
una ‟terapia respiratoria” proveniente del del humo de los cigarros o tabacos
de algunos conductores.
¿Qué decir de la
violación del horario y de cómo se saltan las paradas oficiales en algunos
casos pasando por encima de la autoridad de los inspectores y de las
competencias al estilo fórmula uno entre choferes para que ‟ los
piratas ˮ
no se apoderen de sus pasajeros, o del
‟celoso cuidado de la alcancía” a la que solo llega probablemente, la tercera
parte de la recaudación real de todo el itinerario, de los ‟ ayudantes de
chofer por cuenta propia”, que se apropian del pasaje impunemente?
Pero los problemas no son solo de ‟ la casa ˮ, nuestros ómnibus podrían convertirse en
perfectos instrumentos de análisis de la
historia de la humanidad, en los que se recogen todo tipo de inscripciones de individuos indolentes que maltratan una
propiedad que es de uso público. Más de un ómnibus tiene el hedor de la orina de pasajeros que
vandálicamente lo usan como baño; se
agrega el hecho de que ya se han puesto fuera de servicio los extintores de
incendio -que originalmente se encontraban en posiciones cercanas a los propios
pasajeros-, aumentando la probabilidad de riesgo en caso de un accidente fatal;
se toman como asiento las caja de herramientas, y como verdaderos descendiente
de los simios, se cuelgan de los pasamanos para ‟hacer ejercicios ˮ.
Mucha
gente ve como un acto natural entregar en la mano del conductor la moneda de a
peso, en lugar de colocarlo en la alcancía como corresponde, otros se
auto-eximen del pago que en nuestro país es simbólico, aun cuando el salario no
es todavía diferenciador del aporte ciudadano a la sociedad, y no faltan los
que abordan el vehículo ingiriendo bebidas alcohólicas, formando escándalos,
sin camisa o completamente mojados después de un día playero. Ya es común que
las féminas de cualquier edad o los ancianos, viajen de pie y que cuando los
asientos de impedidos físicos y mujeres embarazadas están completamente ocupados,
no exista la iniciativa de brindarle otro,
aun cuando no tengan el color amarillo que los distingue. La falta de
educación formal confunde la frase ‟Permiso, por favor ˮ en ¡PERMISO!
y punto, lo cual indica, ¡Quítate del medio!, puesto que si no lo haces, recibes el
consabido empujón y el argumento, ¡Yo
dije permiso!
Mucho
hay que pensar sobre lo que somos y a donde queremos llegar. Seguramente todos
estamos de acuerdo en que la tranquilidad ciudadana, es una aspiración de
cualquier sociedad y que ésta se traduce en calidad de vida. La solución no
puede pasar por desentenderse las partes
implicadas con argumentos que dejen el problema en terreno de nadie,
tal como ocurre en este momento.
Generalmente
cuando reclamamos cualquiera que sea la violación - en el ámbito de los
servicios fundamentalmente- nos encontramos que la queja ‟es elevada al órgano
superior de la empresa”, en la que generalmente ‟se toman las medidas con el
infractor”, quedando todo en casa.
Nuestra
sociedad necesita perfeccionarse para crear los mecanismos y/o instituciones
que respondan de manera imparcial al reclamo de cualquier violación o
insatisfacción, una entidad que no sea juez y parte, que pueda impugnar cualquier
indisciplina o violación no solo en lo individual sino a nivel empresarial, sin
otro compromiso que el de defender la legalidad y la constitucionalidad. En
este sentido el Estado tiene en sus manos la potestad y la posibilidad de crear
las condiciones necesarias.
Si
pretendemos construir una sociedad verdaderamente educada en valores de convivencia y respeto entre los
individuos, es necesario, en primer
lugar, pensar en el papel de las instituciones del estado que tienen dentro de
sus funciones la de reprimir las indisciplinas y hacer cumplir la leyes. Es obvio que
se necesita más energía para hacer cumplir de manera estricta con la disciplina
laboral y el cuidado de la técnica del transporte, y esto incluye la
prohibición del uso de las radios y reproductoras de música, que en los ómnibus
articulados se conciben para la comunicación entre el conductor y los
pasajeros; cuando los ciudadanos se sientan respaldados, no en la teoría, sino
en la práctica, podríamos entonces cuestionar por qué no se le hace frente a tal
o mas cual indisciplina.
Vallamos a los clásicos : ‟El Estado
es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de
desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma
en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos
irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que estos
antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a
sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose
necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado
a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del 'orden'. Y
este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que
se divorcia cada vez más de ella, es el Estado”[1]
El abuso, el robo, la indolencia la corrupción y la indisciplina social
entre otros, son males propios de una
sociedad que nada tiene que ver con lo aspiramos como individuos, que
perfectamente pueden justificarse en el capitalismo neoliberal dado que éste
aboga por la separación del estado como ente regulador. El estado es necesario
no solo para resolver problemas económicos y de política exterior, es también
el que hace cumplir mediante sus
instituciones la voluntad del pueblo al que representa.
La
solución no está como muchos piensan en la privatización del transporte, ni siquiera
en la creación de cooperativas, sino en colocar la
vergüenza en primer lugar, el estado con sus instituciones y el pueblo
trabajador, en ese orden y al unísono, de lo contrario, estaremos condenados a
vivir en franco retroceso hacia la conversión de nuestra ciudad en la peor de
las aldeas.
[1]
"El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado",
págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana).
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